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Héctor Gallego, 50 Años Después


Hoy, 9 de junio de 2021, se cumple el 50 aniversario del improbable martirio de un hombre extraordinario, una de mis mayores inspiraciones tanto a nivel profesional como personal. Me refiero al sacerdote panameño nacido en Colombia Héctor Gallego, quien en este día de 1971 dio valientemente su vida luchando por un mundo mejor. Decidí inaugurar este blog contando su increíble historia.

Jesús Héctor Gallego Herrera nació el 7 de enero de 1938 en Salgar, Colombia, el mayor de 11 hermanos. Sus padres fueron Horacio Gallego y Alejandrina Herrera. De su infancia no se sabe mucho, aparte del hecho de que, desde muy joven, mostró una fuerte inclinación hacia el sacerdocio. Siguió su vocación e ingresó al seminario en 1963. En 1965, a la edad de 27 años, uno de sus compañeros seminaristas, un panameño, le informó a Héctor sobre una grave falta de sacerdotes en la recién formada Diócesis de Veraguas, Panamá, donde solo había nueve hombres  disponibles para prestar servicios espirituales a 160.000 almas. Como su obispo no le permitió irse, dos años después tuvo que establecerse como diácono en San Francisco de Veraguas, antes de que finalmente pudiera regresar a Colombia para ser ordenado sacerdote el 16 de julio de 1967. Fue ordenado por nada menos que el Obispo de Veraguas, Mons. Marcos Gregorio McGrath, quien viajó a Medellín específicamente para Héctor antes de llevarlo de regreso a Panamá. En 1967, el joven sacerdote llegó a Santa Fe de Veraguas, una pequeña comunidad rural de alrededor de 3.000 personas. Santa Fe era un distrito completamente abandonado, ubicado en un terreno montañoso y devastado por la pobreza más extrema. La principal fuente de ingresos era la recolección de café, y los trabajadores no tenían más remedio que vender sus productos a los ricos terratenientes de la zona que, sabiendo que no tenían a dónde ir, los compraban casi a cambio de nada para poder vendérselos de nuevo en precios increíblemente altos. Esto generó una relación semifeudal que existía desde la época colonial, en la que los santafesinos, en su mayoría indígenas, eran totalmente sometidos y explotados a favor de los intereses personales de las grandes cafetaleras. Las consecuencias de esto fueron obvias: casi la mitad de la población era analfabeta, la mitad de los niños estaban desnutridos y las tasas de mortalidad por cosas como el cólera, los parásitos intestinales y la tuberculosis eran extremadamente altas. Siguiendo instrucciones del obispo, el padre Gallego fundó y asumió la parroquia de Santa Fe en 1968, creando comunidades de base para el estudio del Evangelio.

Horrorizado por la situación de vida de la gente de Santa Fe, el padre Gallego pronto se convirtió en su defensor más abierto. El sacerdote se reuniría con los trabajadores, escucharía sus puntos de vista y llevaría las peticiones a las autoridades gubernamentales, actuando como vocero de toda su comunidad. Esto finalmente desembocó en la fundación de la cooperativa La Esperanza de los Campesinos, en la que organizó al pueblo y le enseñó a luchar por mejores condiciones de trabajo, inspirado en el Evangelio, las enseñanzas sociales del Iglesia y la entonces recién nacida Teología de la Liberación. Durante los siguientes tres años, el Padre Gallego continuó su incansable trabajo, haciéndose cada vez más conocido y querido entre la gente de Santa Fe, que finalmente encontró un aliado.

Desafortunadamente (y obviamente), las constantes denuncias del padre Gallego sobre la violencia institucionalizada contra los jornaleros no cayeron bien a los terratenientes de la zona, quienes, al estar emparentados con el dictador Omar Torrijos, se aliaban con los funcionarios del gobierno. De hecho, eran ellos quienes previamente habían arrebatado la tierra a las comunidades campesinas y acentuado la explotación de quienes trabajaban en sus propiedades. Esto provocó una serie de agresiones contra el padre Gallego, entre ellas una detención, acusaciones falsas y amenazas de muerte continuas, pero su estrecho vínculo con Mons. McGrath demostró ser un salvavidas cada vez que estaba en problemas. Finalmente, el 23 de mayo de 1971 miembros de la Policía Militar prendieron fuego a la choza del Padre Gallego, destruyéndola por completo y obligándolo a quedarse con sus vecinos, quienes se turnaban para que pasara la noche con ellos. Pero en lugar de quebrar su espíritu, ese incidente sólo pareció fortalecerlo, como lo demuestra la foto que acompaña a este artículo, donde se le ve sonriendo frente a los restos carbonizados de su hogar ese mismo día. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que su misión pronto podía verse truncada en cualquier momento, por lo que reunió a toda la cooperativa y les dijo lo que tenían que hacer. Les dijo:

"Ustedes saben que ya me están persiguiendo y en cualquier momento me pueden hacer alguna cosa. Lo importante es la salvación de todos los hombres de la explotación y esclavitud ocasionada por los explotadores y por esto hay que morir si es necesario. Este es el compromiso último de un cristiano."

Dos semanas después, en la noche del 9 de junio, alrededor de las 11 y media, un vehículo militar se estacionó frente a la casa del campesino Jacinto Peña, donde se estaba quedando el padre Gallego. Luego, dos hombres salieron del auto y comenzaron a golpear la puerta sin parar, llamando a Jacinto a gritos. Se levantó, pero al ver que eran uniformados se negó a abrirles.  Finalmente el padre Gallego abrió la puerta y salió, preguntando si podía ayudarlos. Dijeron que buscaban a Héctor Gallego y le preguntaron si estaba ahí, a lo que él sólo respondió: - "¡Pues claro, yo soy Héctor Gallego!". Lo que siguió es algo de lo que sólo Jacinto Peña fue testigo: hay un breve intercambio de palabras, el padre Gallego vuelve a la casa para ponerse algo de ropa, y se lo llevan al Toyota Land Cruiser. Segundos después, se escucha un fuerte golpe y dos gritos desgarradores. Después de eso, los oficiales militares se fueron, llevándose al sacerdote. Esta fue la última vez que se vio con vida al padre Gallego.

Tras su desaparición, los santafesinos pasaron días y noches buscándolo por la zona, sin resultado. Los informes indican que los hombres que secuestraron al padre Gallego originalmente no tenían la intención de matarlo, pero muy pronto se dieron cuenta de que las heridas que le habían causado, varias fracturas de cráneo, eran mortales. Tras su asesinato, los líderes del régimen de Torrijos decidieron hacer desaparecer el cuerpo, porque tenían miedo de que que, de ser encontrado, el mundo se enterase de las atrocidades con las que se estaba manejando la dictadura militar y se produjera un conflicto diplomático con el Vaticano. Y así, el joven sacerdote que se había convertido en un símbolo de la lucha por la justicia se evaporó en el aire y nunca más se volvió a saber de él. Tenía 33 años, la misma edad que el propio Jesús.

En 1999, se encontraron restos óseos atribuidos al padre Gallego en un antiguo cuartel militar en Tocumen, Panamá. Por desgracia, las pruebas de ADN que se le realizaron terminaron revelando que esos restos en realidad pertenecían a Heliodoro Portugal, un activista político desaparecido el mismo año, cuyos supuestos restos encontrados anteriormente ahora se cree que son del padre Gallego. Hoy, los resultados del último examen forense no se han hecho públicos, y el caso sigue sin resolverse oficialmente. Al día de la publicación de este artículo, Jacinto Peña está con vida y sigue liderando la búsqueda, a pesar de los años de trabas burocráticas del gobierno panameño y su evidente complicidad.

Quiero terminar este homenaje diciendo que, aunque los asesinos del padre Gallego intentaron silenciarlo, no lo lograron. Medio siglo después, su espíritu sigue inspirando a las personas que vinieron al mundo mucho después de su partida, incluida yo misma. Mi sueño como trabajadora social es dejar un legado duradero en la gente con la que trabaje y plantar la semilla de la justicia social dondequiera que vaya. El Padre Gallego me inspira a hacerlo todos los días, especialmente con el último mensaje que dirigió a la gente de Santa Fe:

"Si alguna vez desaparezco, no me busquen. Sigan luchando".


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