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A 50 Años del Golpe: Testimonios desde la Resistencia Pacífica


La conmemoración de 50 años del golpe de Estado en Chile, ocurrido un día como hoy en 1973, encontró a un país tan o más polarizado de lo que estaba hace medio siglo. Desde hace meses que era un tema recurrente en la prensa, y a medida que se iba acercando la fecha, como era de esperarse comenzaron los conflictos, desde peleas en el Congreso sobre cómo iba a abordarse el aniversario entre defensores y detractores del General Pinochet, pasando por artículos de opinión y cartas al editor en los diarios rebatiéndose mutuamente, hasta encontrones entre familiares de detenidos desaparecidos y negacionistas de la dictadura, que al parecer están más fuertes que nunca incluso entre gente de mi edad. Las cifras, sin embargo, hablan por sí solas: de acuerdo a estadísticas de, hasta la fecha hay 1102 personas que continúan desaparecidas, entre ellas 54 menores de edad y 4 embarazadas con sus guaguas no nacidas, además de 2125 muertes confirmadas. No hay casi nadie que no esté familiarizado/a con casos emblemáticos como el de Víctor Jara (que volvió a ser noticia en estos días por la detención y posterior suicidio de uno de sus asesinos), José “Pepe” Carrasco, los hermanos Vergara Toledo o Rodrigo Rojas Denegri, pero esa es apenas la punta de un iceberg teñido de sangre que oculta detenciones, torturas, asesinatos, desapariciones forzadas, adopciones ilegales y pactos de silencio.

Pero en vez de concentrarme en las atrocidades que se cometieron y darles más tribuna a quienes fueron responsables por ellas, quise dedicar esta entrada a hablar de las personas que lucharon contra la dictadura y por la restauración de nuestra democracia bajo el principio de la no violencia activa, es decir, sin recurrir a la vía armada como hicieron otros grupos como el FPMR o el MIR. Quizás el ejemplo más emblemático de la lucha antipinochetista no violenta haya sido el Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo, fundado en 1985. Tengo el privilegio de conocer a dos de sus antiguas integrantes, así que decidí entrevistarlas personalmente para conocer su perspectiva, sus razones para unirse al movimiento, sus miedos, sus momentos de mayor peligro y su punto de vista sobre cómo se aborda esa parte de la historia en la actualidad. Además de ellas, quiso dar su testimonio un sacerdote extranjero radicado en Chile que estuvo involucrado de manera importante en la oposición desde su rol al interior la Iglesia. Los tres relatos se entrelazan en varias ocasiones, ya que estas personas se conocen entre sí y vivieron varias de las mismas situaciones. A petición de cada uno de ellos, sus nombres fueron cambiados.

Padre Georg, sacerdote jesuita radicado en Chile desde 1986: "Cuando llegué, en marzo de 1986, la situación era sumamente tensa. Desde 1983 se podía protestar legalmente de manera muy restringida, porque Pinochet tuvo que permitirlo bajo presión de EE.UU, pero en 1986 el régimen todavía era tan fuerte que seguían secuestrando y torturando gente que no les caía bien. Ese fue un año de represión muy brutal, pero en lo que se refiere a la Iglesia chilena, salvo por algunos obispos ultra conservadores, se mostró muy a favor de los perseguidos desde el primer momento. El cardenal Raúl Silva Henríquez y Helmut Frenz, que era la cabeza de la Iglesia Luterana en Chile, habían fundado el Comité Pro Paz que años después se convirtió en la Vicaría de la Solidaridad. Yo personalmente una vez conocí a un hermano jesuita en Concepción que me mostró la pieza en la que había escondido a 28 miristas.  Para mí empezó cuando me nombraron capellán en una parroquia, y en mi primera noche ahí vi que todas las salas estaban llenas. Yo ingenuamente pensé que eran grupos de oración, pero no. En una sala estaba reunido un sindicato clandestino, en otra un grupo que cantaba canciones de protesta, y así. Y conversando con la comunidad me enteré de que era gente que no tenía nada que ver con Iglesia, pero que les habían abierto las puertas para que pudieran reunirse, porque en ese tiempo era muy improbable que el régimen se fuera a meter con la Iglesia. Era más seguro que en otros lados, pero no 100%, porque a los tres meses hubo un tiroteo en otra parroquia. Uno de los grupos de la mía era una filial de la Comisión Chilena de Derechos Humanos, permitida también por presión de los norteamericanos. El régimen tuvo que hacer un par de concesiones para dar una buena imagen. Creo que me invitó Lucía, porque vio mi postura, y empezamos a juntarnos todas las semanas. Éramos como 12 personas, desde gente muy de izquierda hasta de la Legión de María, y planificábamos acciones. La primera fue cuando secuestraron a dos jóvenes, y yo me pasé toda la noche yendo a hospitales y comisarías a preguntar por ellos con una de sus mamás, pero la mayoría era trabajo de base, bien poco 'espectacular'. Eso fue después, cuando secuestraron a un dirigente comunista, lo desaparecieron y lo torturaron de una manera salvaje. Nosotros y otros grupos de DD.HH. organizamos una misa, y ahí vi por primera vez lo que hace la represión. Nunca había visto a un torturado, hasta que en medio de la misa entró a la iglesia un hombre joven, afirmado por otros dos, que desde el altar se veía que lo habían destrozado, al punto que casi no podía caminar. Resultó ser el hijo del dirigente. Ahí me di cuenta de en qué se convierte un ser humano cuando lo torturan. En la prédica conté que mi propio hermano había sido torturado en Alemania Oriental. Él fue sin duda una de mis mayores inspiraciones, porque obviamente pagó muy caro su compromiso, además de mi madre, que tanto durante el nazismo como después en la RDA fue parte de la oposición. Por eso es que el hecho de comprometerme por los DD.HH. era algo que para mí estaba claro desde el principio, era parte de mí. Cuando fue lo del tiroteo, obviamente me empecé a preocupar. La capilla en la que yo a veces celebraba misa estaba construida de tal forma que el altar quedaba justo frente a la puerta, y en un momento se me cruzó por la mente que si me disparaban desde la entrada, como pasó con Romero, estaba frito. Gracias a Dios lo peor que realmente me pasó fue recibir gases lacrimógenos durante una protesta y nada más, pero el abuso de la fuerza policial sigue hasta el día de hoy. Actualmente la situación me da pena, esta ola de negacionistas de la dictadura es una auténtica tragedia, pero es gente que o bien no vivió esa época o sí la vivió pero no se vio personalmente afectada, entonces ‘no le consta’. Yo le diría a la generación más joven que mantenga los ojos siempre bien abiertos si se trata de DD.HH., pero sobre todo no ver las cosas en blanco y negro.”

Lucía, profesora, ex-miembro del Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo: "Yo venía de una familia conservadora, pero cuando estuve estudiando Trabajo Social, que era una carrera no sé si politizada, pero donde los alumnos tenían conciencia social, de clase y de los abusos que se cometían, ahí abrí los ojos. En la universidad la federación de estudiantes estaba a cargo del PC y del MIR, ellos daban las directrices y había constantemente protestas con las FF.EE. Tuve que dejar esa carrera porque estaba en otra ciudad, sin apoyo, y cuando volví empecé a participar activamente en una parroquia con mucho compromiso social, con un conocimiento más profundo de lo que significaba ser cristiana. Ahí fui despertando y conociendo un poco lo que era la Teología de la Liberación, muy satanizada en ese tiempo, sobre todo en mi familia. Fui conociendo gente que se identificaba con esa línea y no que eran satánicos, sino que eran gente con menos miedo, más osada y a mi modo de ver más consecuente. Ese tipo de compromiso me fue atrayendo, porque sentía que era lo que mi cristianismo pedía. Pensaba que si alguna vez tenía hijos y me preguntaban qué había hecho para derrocar la dictadura, iba a ser muy vergonzoso decir que no había hecho nada, entonces no sólo era un compromiso con mi generación, sino con las futuras. Y a pesar del temor que me infundieron mis padres, empecé a participar en marchas, peñas, cantatas o lo que hubiera, generalmente al alero de la Iglesia, que era una zona protegida. Después del tiroteo pusieron algunas restricciones, pero sólo duraron unos meses. Ingresé a la Comisión Chilena de derechos Humanos, que tenía filiales en todo el país, y esas filiales tenían comités poblacionales, y yo participaba en el mío como secretaria. Nos empezamos a destacar y de hecho ganamos un premio porque éramos muy movidos, y eso tuvo mucho que ver con el Padre Georg. Hacíamos cosas que para los grupos más extremistas eran insignificantes, como ir a visitar a los presos políticos y a sus familias. Ya antes de participar en el comité, el vicario se dio cuenta de mis inquietudes sociales, y me orientó hacia el Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo. Entré en octubre de 1985. Me representaba porque no era una lucha violenta, porque eran acciones que buscaban llegar a la conciencia de las personas. Participé en casi todas y fui parte del equipo coordinador, que implicaba planificarlas. Estas acciones eran denuncias, sorpresivas, breves y en sitios concurridos. Sosteníamos un lienzo entre dos y los otros levantaban pancartas, mientras un miembro utilizaba un megáfono para hacer la denuncia, cantábamos una canción y después nos dispersábamos. Nunca duraban mucho más de tres minutos, y para cuando llegaba Carabineros ya nos habíamos ido. Nosotros denunciamos lo del tiroteo, porque nos dolía que nadie lo supiera, y de hecho cuando vino el Nuncio de visita unos meses después, él no tenía idea de nada. Para mí uno de los momentos más arriesgados fue una protesta, una de las primeras donde los Carabineros empezaron a disparar con balas de verdad, y yo salí corriendo como caballo desbocado, siendo que  nunca he sido buena para correr. El otro fue cuando yo tenía como 13 años, poco después del golpe. Una noche estaba parada en la esquina de mi casa y de repente aparecieron unos militares, se bajaron armados del vehículo y empezaron a agarran gente. Yo me quedé ahí parada porque no había hecho nada malo, entonces pensé que no me iban a hacer nada, pero uno de ellos se acercó a mí y me puso la ametralladora en la guata. Me exigió mi carnet de identidad, pero yo no tenía, porque en ese tiempo uno no tenía carnet a esa edad. De hecho ni siquiera tenía RUT. Le dije casi llorando, con los brazos en alto, que no tenía, y él me dijo que entonces me iba presa. Yo preguntaba por qué, si yo vivía ahí mismo, aunque en realidad estaba frente a la casa de la vecina. El milico me gritó que me entrara, golpeé la puerta de la vecina y le pregunté si me dejaba ver tele, entonces me dejó entrar. Yo después me preguntaba qué hubiera pasado si el tipo estornuda o se le mueve el dedo y sin querer aprieta el gatillo y me mata. Yo era chica, no sabía nada, y pensaba que el que nada hace nada teme, entonces no arranqué. Por eso, cuando fue el estallido social y una vez vi a un militar en la esquina me dolió el estómago, sentí que me iba a desmayar. Fue algo totalmente sorpresivo para mí, porque yo sabía que no me iban a disparar ni nada, pero me asomé a la puerta, los vi y entré en pánico. Me habían quedado cicatrices de ese incidente, me di cuenta de que el cuerpo tiene memoria. Por eso no entiendo a los que niegan la dictadura, es como cuando una persona anoréxica se ve gorda y tú le dices que se suba a la pesa para que vea cuánto pesa. Puedes intentar justificarlo, pero negarlo no. Siento que hemos avanzado mucho, pero que de un tiempo a esta parte ese avance se frenó. Yo lo veo tan complicado, y estoy tan apesadumbrada que me dan ganas de echarle la culpa a alguien pero no sé a quién. Yo de corazón espero que la gente aprenda de nosotros que se puede luchar sin ser violento, y sin violentarse a uno mismo."

Hna. Rose, religiosa estadounidense, ex-miembro del Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo: "Yo describiría el clima sociopolítico como uno de control casi total. Era una dictadura muy inteligente con un sistema de espionaje muy bueno, nadie sabía en quién confiar. Parecía que todo estaba infiltrado: comunidades de base, parroquias, que era el ambiente en el que me movía yo, entonces había mucho miedo. Todos conocían al menos a una persona desaparecida o torturada. El miedo y la falta de confianza eran las dos cosas que la dictadura usaba para perpetuarse. Había mucha pobreza también, los programas de trabajo del gobierno como el PEM evitaban que el pueblo se muriera de hambre, pero no lo ayudaban a surgir, entonces casi toda la energía se iba en cómo sobrevivir de un día para otro, y la gente joven cada vez se independizaba más tarde. Acá en el norte nos enteramos de que había un grupo en Santiago que realizaba manifestaciones no violentas, que al principio no tenía nombre, pero después de que Sebastián Acevedo se inmoló empezaron a llamarse Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo. Un día, un par de personas de la oposición me invitaron a conversar con ellas sobre la posibilidad de establecer una filial aquí, y decidimos que íbamos a invitar primero a personas de total confianza, y después que podíamos invitar a gente que pudiera estar interesada a ver una de nuestras acciones, para que decidieran si querían unirse. Yo invité a varias personas. Me inspiró mucho el párroco de la iglesia en la que yo estaba, sus homilías eran muy buenas. Nunca fueron políticas, pero se hacía entender. También admiraba mucho a Romero, que había sido asesinado unos años antes. Yo fui testigo presencial de lo que pasó la noche del tiroteo. Había una reunión en la parte de adelante, yo estaba en mi oficina, como siempre, y de repente escuché los disparos. Salí a mirar, y justo estaban sacando en brazos a mi ahijada. Le llegó un balazo en el abdomen cuando se paró a apagar la luz y estaba muy malherida, pero consciente. Logré como pude parar un vehículo para que la llevara al hospital y yo me subí con ella. Llegamos y se la llevaron inmediatamente. Yo me quedé toda la noche ahí esperando noticias de ella, gracias a Dios se recuperó. Eso obviamente fue un momento terrible, pero nunca tuve más miedo que la vez que estaba haciendo un curso sobre educación popular en Santiago, y estando allá fui a una protesta. Un cura joven que también estaba en el curso me acompañó y al rato llegaron los Carabineros porque algunos manifestantes estaban quemando neumáticos. Salimos corriendo, obviamente, y el bus de las FF.EE. nos persiguió hasta que llegamos a un callejón que era muy estrecho, entonces se bajaron y nos empezaron a perseguir a pie. A muchas de las personas que estaban cerca mío las apalearon, pero nosotros dos logramos llegar a una casa que estaba al frente de una especie de dispensario clandestino donde brindaban primeros auxilios. Fuimos a ver y estaba todo el piso lleno de sangre mientras atendían a los heridos. Todo eso fue fuerte, pero a pesar de esas experiencias, me siento sumamente orgullosa de Chile por haber vencido la dictadura de una forma no violenta. Eso no puede negarse.”

Este artículo va dedicado a las personas que colaboraron con sus testimonios y con su lucha, para que nunca más en Chile se vivan los acontecimientos que les tocó vivir a ellas.

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