Como el Día Mundial de la Espina Bífida llegó una vez más, hoy día quise escribir otro artículo relacionado con la justicia y la inclusión de las personas con discapacidad, porque parecía lo más apropiado para la fecha. Probablemente me hubiera llevado mucho más tiempo encontrar un tema específico si no hubiera sido por una experiencia personal reciente que tuve, que al final me llevó a escribir sobre la microagresión. Podrán preguntarse qué significa esto, ya que el concepto ha sido utilizado mucho últimamente por personas que quizás ni siquiera entiendan su significado. El psicólogo Derald W. Sue, que ha escrito dos libros sobre microagresiones, define el término como "los desprecios, las humillaciones, las faltas de respeto y los insultos cotidianos que las personas de color, las mujeres, las poblaciones LGBT y otras personas marginadas experimentan en sus interacciones diarias con otras personas". Pensemos, por ejemplo, en un hombre gay al que felicitan por "pasar por heterosexual" o "no parecer gay", una mujer blanca que esconde su bolso cuando entra en un ascensor con un hombre negro, haciendo que se sienta marcado por los estereotipos raciales, alguien en un avión pidiéndole a la azafata que le cambie de asiento para no tener que sentarse al lado de un pasajero árabe o una mujer que intenta hablar en una reunión de trabajo importante, siendo interrumpida constantemente por sus colegas masculinos y luego enojándose por eso, solo para que le pregunten si está en "esos días".
Como ya he mencionado antes, tengo espina bífida y uso muletas para moverme, pero también uso una silla de ruedas de manera intermitente, sobre todo en lugares como aeropuertos, estaciones de tren o cualquier lugar donde las distancias son demasiado largas para caminar. Así, hace unos meses tomé un avión por primera vez desde que empezó la pandemia y, como es habitual, tenía contratado el servicio de asistencia en mi aeropuerto de destino. Como una ávida viajera, estaba ansiosa por finalmente volar de nuevo. Para mala suerte mía, era protocolo del aeropuerto que alguien de su personal me llevara a todas partes y no me dejara manejar mi propia silla de ruedas. Ni siquiera podía ir al baño sin tener a este tipo esperándome justo afuera. Para colmo, como parezco un poco más joven de lo que soy, todo el mundo seguía dirigiéndose a mi mamá, en lugar de a mí, sin siquiera molestarse en hacer contacto visual. Me sentí extremadamente incómoda, menospreciada y humillada.
Como persona discapacitada, enfrento todo tipo de microagresiones todo el tiempo, como ser ignorada, excluida, subestimada o pasada por alto. Pueden pasar de ser agresiones apenas perceptibles como tales a ser muy molestas y francamente deshumanizantes. Estos son algunas de las que enfrento con más frecuencia:
Falta de accesibilidad: Probablemente la más evidente. Volviendo a mi experiencia en el aeropuerto, no podía llegar al mostrador para hacer el check-in, y la persona que estaba detrás de mí ni siquiera podía verme. Lo mismo pasa en casi todos lados, porque los mostradores no están al nivel de las sillas de ruedas, entonces alguien tiene que salir desde detrás para ayudarme. ¡Y ni me hablen la pesadilla que es ir de compras! Siempre que voy al supermercado uso el carrito eléctrico, pero demasiadas veces o están rotos o no los han cargado, por lo que no puedo usarlos en absoluto. Me acuerdo de una vez que el carrito estaba bloqueado y nadie sabía cómo desbloquearlo, así que terminé levantando una queja de aquellas. En otra ocasión me dieron una silla de ruedas rota que no podía manejar, lo cual de todas maneras no importaba porque los pasillos estaban todos bloqueados con cerros de cajas de cartón. En definitiva, la falta de infraestructura adecuada es inaceptable.
Ser movida sin permiso: Este punto debería venir con una pequeña nota educativa para mis conocidos caminantes. Para alguien que usa silla de ruedas, la silla es una extensión del propio cuerpo, y así como no se tiene el derecho a agarrar a alguien del brazo y arrastrarlo de un lugar a otro, NUNCA se debe mover a alguien en su silla sin preguntar primero. Empujar a alguien que usa una silla de ruedas y no su permiso se siente como si alguien simplemente te levantara del piso y te llevara en brazos como a un bebé. Siempre que alguien me agarra por detrás de forma inesperada, al principio me asusto mucho porque no puedo verlo ni sé adónde me lleva, sin mencionar que es una transgresión masiva de mi espacio personal. Y no, el hecho de que ocupemos más espacio no significa que esté bien hacerlo. No importa si estamos en la pasada, un “permiso” es más que suficiente y con gusto te dejamos pasar.
Negación de la autonomía: Volviendo a lo que dije al principio, es sumamente limitante prohibirle a alguien que se mueva libremente. Esto me pasó a mí durante mis primeros meses en la universidad, porque estaba en silla de ruedas después de una cirugía en el pie y tenía prohibido manejar mi propia silla. Me dijeron que era "protocolo" porque la universidad no quería hacerse responsable si me pasaba algo porque me habían permitido desplazarme sin ayuda. Aparentemente, el miedo a tener que hacerse responsables es tan ridículamente grande que las personas e instituciones simplemente se volvieron paranoicas y empezaron a negarles la autonomía básica a quienes usan sillas de ruedas y a otras personas discapacitadas, haciéndonos sentir mucho más dependientes de lo que realmente somos. Me queda claro que esto noes porque tengan una preocupación genuina por nosotros, sino por ellos mismos.
Ser infantilizada: Este me pone particularmente furiosa, porque no solo me pasa cuando estoy en la silla de ruedas, sino también cuando camino. En el banco, en el médico, en el campus universitario o en el aeropuerto como me pasó a mí ahora, sistemáticamente me ignoran y me tratan como si todavía fuera una niña. Siempre que estoy acompañada por alguien más, las personas a cargo hablan con ese alguien en vez de conmigo, incluso cuando la conversación es SOBRE mí y yo estoy ahí mismo. Y a veces, cuando por fin se dignan a hablarme a mí, la persona me mira con una sonrisa ultra forzada, usando el tono de voz que se usa para hablar con un niño (o un perro) y poniéndome apodos dulzones. Esto ha empeorado hasta el punto en que tuve que pedirle a mi mamá que me esperara afuera en múltiples ocasiones simplemente para que me tomaran en serio, haciéndola sentir mal sin querer porque no me siento cómoda con ella ahí. El asunto es que, al final, soy una mujer adulta de 24 años y espero que me traten como tal, independientemente de mi apariencia física. No me digan "mi amor", mi niña" o "mi chiquitita". Tengo un nombre, y es señorita Gabriela.
Hay, por supuesto, muchos más ejemplos, pero estos son los tipos más comunes de microagresión que enfrento en mi vida diaria, como la mayoría, si no todas, las personas discapacitadas también. Estoy segura de que otros/as en mi situación se van a identificar mucho con esto, y quizás comiencen a reconocer estos signos por lo que son por primera vez. Después de todo, si esto es algo que has experimentado toda tu vida, estás tan acostumbrado/a que ya no te das cuenta de que en realidad no es normal que te traten de esta manera. Finalmente, quiero alentar a todos los que están lidiando con algún tipo de microagresión a sacar la voz y educar a otros sobre cómo evitarlas. Puede ser que no parezca mucho, pero va a hacer una gran diferencia para muchos/as de nosotros/as.
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